En el Coliseo Manuel Enrique Medina Castillo, en Bucaramanga, la raqueta de Julián Ballesteros se mueve con sincronía y velocidad, como una extensión natural de su cuerpo. La concentración de Julián refleja la
pasión que lo une al tenis de mesa, ese deporte que su padre le enseñó a amar.

De baja estatura y cabello largo, él es un deportista tímido fuera del escenario, pero ágil y decidido en competencia. “La actitud con la raqueta en mano lo es todo”, decía su padre, y Julián encarna esa filosofía en cada partido.
El puño de su mano se levanta con fuerza al cielo, y un grito de victoria resuena en el coliseo cada vez que marca un punto. Esa energía desbordante no solo contagia al público y desarma a su rival, sino que
parece sincronizarse con el ambiente vibrante de Bucaramanga.
La ciudad anfitriona, enclavada en la cordillera Oriental a 959 metros sobre el nivel del mar, se convierte en el escenario perfecto para estos momentos de gloria. Aquí, esta metrópoli santandereana, con su mezcla de encanto y competitividad, acoge a los mejores talentos de Sudamérica, quienes, al igual que Julián, demuestran que el futuro del deporte en la región está más vivo que nunca.
Fuera de la competencia, Bucaramanga revela su lado más tranquilo. Sus calles arboladas y colinas ofrecen un respiro para los atletas y sus familias, un contraste con la intensidad de las justas. La ciudad es un espacio para compartir, aprender y crecer.
Julián, quien estudia en el Colegio Americano de Bogotá, continuará compitiendo en los Juegos Sudamericanos Escolares, que se extienden hasta el 9 de diciembre. En su mente, el sueño de subir al podio se mezcla con el compromiso de darlo todo por su país. Cada grito de victoria es un paso más para seguir forjando su carrera deportiva.